jueves, 2 de junio de 2011

Te dejo ir, como a las hojas de otoño en invierno, como a esos sentimientos que duran, como a esos recuerdos que solo se entierran entre lágrimas. Te dejo ir para que vuelvas cuando quieras, para que lo hagas por voluntad o amor, para que me extrañes al menos y sientas lo que siento en tiempos de ausencia. Te dejo ir para que seas felíz, para que sonrías cuando veas salir el sol por el horizonte, para que me veas volver con el ocaso. Dejarte ir es todo esto y más. Dejarte ir es dejar ir una parte de mi que se ha consolidado en tu piel, es marchitarme en el olvido y renacer de las cenizas de todas aquellas cartas quemadas que algún día fueron poesía en tus oídos y sonrisas en mis labios. Renacer para encontrate, para que me conozcas otra vez y puedas quererme como no lo has hecho antes, para que me mires a los ojos y al ver a través de mi puedas sentirte como en casa, para que me notes, para que sea especial en tu vida y no una más. Necesito verte sonreír, verte feliz, verte, lo que necesito es verte. Y no creas que no se como funciona todo, se que para cuando todo esto pase, vos vas a estar del otro lado del carril en una estación de tren, ignorándome, como si nunca nos hubiéramos conocido, como si se hubiese borrado el tiempo. Y mirarte, mientras te vas, mirarte y saber cuan imposible resulta tenerte como aquella vez. y lo desconcertante que es saber que fue un error dejarnos ir, alejarnos uno del otro es y siempre será un error que me quemará la conciencia. Irreversible, un daño sin cura. Te tuve y te deje ir, te vi marcharte sin saber si lloraste al darme la espalda, sin comprender la dimensión de tu dolor, sin querer ver que en verdad no di lo suficiente de mi por vos. Me dejaste ir y sólo me quedaron remordimientos y excusas maltrechas para ocultar la cicatriz en la que te llevo conmigo todos los días, vaya donde vaya, siempre conmigo. 

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