Cerré los ojos
quedándome dormida entre sus brazos. Dormía sin soñar, supongo que
porque mi sueño ya estaba ahí, a mi lado. Entreabrí los ojos un
poco solo para comprobar que era él el que me rascaba la nariz y, sobre todo,
comprobar que todavía estaba allí. Volví a dormirme tranquila, de vez en
cuando lo sentía moverse, pero eso solo era la confirmación de que estaba allí.
Cuando el despertador sonó me desperté y me pasó lo más bonito de
toda mi siesta: él seguía ahí, con una gran sonrisa. Me llenó de besos, besos
cortos, besos largos, besos dulces, salados, pero simplemente,
besos. Y esa fue la vez que más feliz me sentí al despertar.
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