domingo, 2 de febrero de 2014

"Los espacios entre los dedos se hicieron para que alguien más los llene"

No puedo dormir. Estoy acostada con una remera de mi ex novio, mientras veo fotos de una amiga a la que no vi nunca más y leo conversaciones con una persona a la que acabo de dejar ir. Me miro en el espejo y me parece que soy la persona más gorda del mundo. A veces pienso que todas las cosas malas que me pasan tienen que ver con que tengo este cuerpo y no uno lindo, que las personas con las que discuto o se van, lo hacen por esa razón y cuando mis mejores amigas me mandan grabaciones recordándome lo gorda que soy, lo confirmo. Me gustaría empezar a quererme un poco, aunque sea por los que me quieren y admitir que tengo un problema, me parece el principio de algo mejor. Otra parte tendrá que ver con sacar las relaciones que no me hacen bien, probablemente en algún momento lo hicieron, pero ya no. Todos cambian, yo también cambié, la realidad es que en este momento tenerlas cerca solo me hace sentir mal, me hace sentir que la única razón por la que hacen esas cosas malas es porque soy gorda. Pero las pérdidas duelen, aunque traigan ganancias, en este caso creo que gano más habiendo dejado atrás a ellas, sólo que me pone triste no poder compartir nada con una persona en especial. Era mi mejor amiga y desde que la conozco supe que era mi persona, tanta complicidad y confianza no podían ser casualidad. Lo difícil es admitir que ya no lo es porque ahora las dos somos otras, nos gustan otras cosas, decidimos acercarnos a distintos grupos con los que tenemos más cosas en común; cada vez compartimos menos.
Siempre creí que las personas no cambian, porque tienen una esencia que nadie puede cambiar, eso que los hace ser quienes son y no cualquier otro; lo que identifica a cada uno. Ella era la que llegó para enseñarnos muchos valores de los que no teníamos ni idea, la que nos hacía ponernos en el lugar del otro. Hoy decidió estar en ese lugar que tanto criticó, ser una más que juzga, que habla, que dice de los otros, pero nada dice de ella misma. Eligió mirar a los demás en vez de mirarse y ver qué puede cambiar en ella y en la gente que ama. Es bastante egoísta y yo ya no estoy para estar pendiente de lo que hacen los demás, de como se visten, de cómo les gusta tener el cuerpo, de cómo hablan o de qué tanto material tienen para ofrecer. Las personas valen por otra cosa, por esa esencia que los hace ser diferentes, lo de afuera, las cáscaras son todas iguales, todos nos protegemos de algo, de diferentes formas, pero al final tenemos los mismos miedos. Hay que dejar que cada uno haga lo que le gusta, se vista como quiera y muestre lo que quiera mostrar y empezar a mirarse más uno porque ya no con la presión que nos ponemos es suficiente como para que alguien más te ande señalando, marcando el error. Sería lindo poder aceptarse siempre, sería lo justo, si no viviéramos en una sociedad tan consumista, que tanto deja su felicidad en manos del mercado, deja que los demás lo hagan como a ellos les gusta, para que los acepte el resto y nunca aceptarse uno.
Alguien a quien admiro mucho una vez me dio un ejercicio: escribir todo lo que se me cruzara por la cabeza, pero sin pensar, porque en cuanto metes un pensamiento, quiere decir que ya no estás sintiendo. Al principio aparecen las cosas superficiales, lo que crees que te importan, pero en el medio va saliendo lo que realmente sentís, lo que más cuesta mostrar, lo que está ahí esperando que alguien pueda verlo. Me parece que con lo que escribí ahora pasó lo mismo: en algún lugar sé qué debería importarme y lo que no, a quienes aferrarme y a quienes dejar ir, pero cuesta admitirlo porque sabes que lo más difícil viene después. Llega un momento en el que solo empezas a ver lo bueno, empezas a extrañar y te olvidas lo malo que pasaste, por qué tomaste esa decisión. Llega un momento en el que tenes ganas de volver a intentar, los recuerdos vuelven a clavarse como si soplaran la herida, pero sigue estando ahí, para recordarte que todavía duele, que algunas personas, por mucho que intentemos, siempre van a dolernos. Pero en cambio hay otras que nos quieren bien, de una forma sana y libre, aunque a veces cueste entregarse. No es fácil para mí contar lo que me pasa, me asusta que la gente se aleje por miedo, quiero poder con todo sola pero a no siempre puedo y el orgullo no me deja admitir que quiero a alguien y me gustaría que me acompañe en esto, entonces cuando intenta hacerlo, lo único que hago es pedirle que no lo haga, para no lastimarlo, para no meterlo en esto que es mío y nadie se merece tener que hacerse cargo, pero es cierto que da gusto ayudar a alguien que queres mucho y es lo que más me llena a mí. Tendría que dejar de cerrarme menos, sobre todo porque hay personas a las que de verdad les importa verme bien y sé que harían cualquier cosa con tal de que lo esté. Y la mejor forma de agradecerles y de pararme en frente de lo que me hace mal, es sonriendo.

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